La pasión del superyó

 

Miquel Bassols

Congreso de Torino, Mayo del 2000

 

La pasión del superyó es uno de los nombres que podemos dar a la patología de la ley y a su incidencia sobre el sujeto de nuestro tiempo. El superyó designa en la experiencia analítica la instancia de un "pathos" irreductible e inherente a la propia dimensión del ser que habla. Y la clínica del superyó, para tomar una de las primeras denominaciones de la clínica psicoanalítica que dio Jacques-Alain Miller, es precisamente una clínica de las respuestas del sujeto a su propio inconsciente entendido como ley, como coacción imperativa.

 

1) Veamos en primer lugar cómo situaba Freud, en su texto de 1923 "El Yo y el Ello", esta instancia del superyó. Se trata de un superyó que habla al sujeto con una doble voz. Escribe Freud en ese texto:

"Pero el superyó no es simplemente un residuo de las primeras elecciones de objeto del Ello, sino también una enérgica formación reactiva contra las mismas. Su relación con el yo no se limita a la advertencia: ‘Así – como el padre – debes ser’ sino que comprende también la prohibición: ‘Así – como el padre – no debes ser: no debes hacer todo lo que él hace, pues hay algo que le está exclusivamente reservado’".

El superyó es, pues, en primer lugar un residuo, el resto de una primera elección de objeto, el resto de un goce experimentado por el sujeto en una relación en la que, como dirá Freud en otra parte, el sujeto es el objeto. Vemos ya aquí la condición de objeto que aparece de entrada en la dimensión de voz del superyó, en la llamada "voz de la conciencia" en primer lugar. El superyó es el residuo de aquello que el sujeto fue como objeto del goce del Otro. Pero el superyó es también para Freud una reacción a esa dimensión de resto de goce, una respuesta enérgica a la satisfacción pulsional para señalar su límite, ahí donde el propio sujeto tendería a desaparecer en su ser de objeto del goce del Otro.

 

2) Consideremos ahora la estructura formal de esta ley del superyó más allá del contenido de su enunciado. Consideremos la forma de su enunciación. Vemos entonces que es una ley antinómica, es decir una ley contradictoria: "así como el padre debes ser, así como el padre no debes ser". De una máquina construida con una ley así, uno sólo podría esperar que se destruyera a sí misma, devorada por su propia contradicción.

El problema no es entonces que la ley imponga o prohiba algo; eso es algo que más bien alivia, como sabe muy bien el sujeto religioso o el sujeto neurótico. A veces el neurótico no busca más que eso, una ley segura que diga lo que se puede hacer y, por consiguiente (esa es la deducción tonta del neurótico) que diga lo que se debe hacer. El sujeto suele buscar esa ley en la demanda del Otro, de modo que esa demanda venga a dar la significación a la pregunta por su deseo, pero es una demanda que termina siempre por ser imposible de hacer coincidir con el deseo. La significación de la demanda del Otro, que podemos escribir con el matema de Lacan s(A), se convierte así en una suerte de síntoma del sujeto neurótico acosado por la pasión del superyó.

Pero si nos detenemos en esta antinomia formal del superyó debemos concluir, por nuestra parte, que el verdadero problema planteado por Freud con respecto a la ley es que una ley siempre puede enunciarse de forma antinómica: como "a" y "no a" a la vez, más allá de su contenido. Es un problema vinculado con la enunciación de la ley y no con su enunciado. En este sentido, la ley del superyó nos muestra que es una ley loca, que vuelve loco al sujeto porque resultará siempre imposible de satisfacer. Al revés, es una ley que, lejos de satisfacer al sujeto, se satisface en su propia renuncia pulsional.

 

3) Demos un paso más y digamos ahora que esta antinomia formal de la enunciación de la ley del superyó dice en realidad una verdad de toda ley, de toda ley enunciada desde el punto de la falta del Otro, desde el verdadero lugar de enunciación, en S(/A). Esa verdad dice que toda ley es inconsistente por el hecho de su enunciación, que toda ley es, en el límite de lo particular, antinómica, que toda ley incluye "a" y "no a" a la vez. Dicho de otra forma: toda ley es antinómica al proponerse como universal, en un "para todos los casos", toda ley incluye, en su enunciación, su propia excepción — aquella que, como suele decirse, la confirma.

 

4) Lo antinómico es que, como no hay "todos los casos" que se pueda plantear de manera inmediata, hay que verificar esa ley, en efecto, en el "uno por uno", y eso resulta interminable, siempre hay uno más que podría escapar a la ley, que podría exceptuarse a ella. De ahí la ferocidad de la ley universal que aspira necesariamente al "todos". Necesariamente: no deja de buscar su verificación, no deja de buscar satisfacerse en su universalidad.

Esa es precisamente la pasión del superyó. El superyó se alimenta de la renuncia a la pulsión a la que, él mismo, ha obligado al sujeto a renunciar.

 

5) Veamos dos de las diversas reformulaciones que Lacan dará de esta ley antinómica del superyó.

Las primera fue la del superyó como un "enunciado discordante". En su primer Seminario de 1953, Lacan dará el ejemplo de ese sujeto de religión islámica, para quien una falta del padre quedará inscrita en el retorno de una ley en su síntoma. Esa falta del padre implicaba una sanción, por parte de la ley coránica, de "cortarle la mano" al culpable de robo. Para el hijo, esa ley volverá, como un enunciado discordante, en la forma de su síntoma particular en el terreno de las actividades manuales. Lacan señala que "este sujeto, entonces, aisló del conjunto de la ley, de modo privilegiado, este enunciado. Luego apareció en sus síntomas". Y más adelante indicará que "La tradición y el lenguaje diversifican la referencia del sujeto. Un enunciado discordante, ignorado en la ley, un enunciado situado en el primer plano por un acontecimiento traumático, que reduce la ley a una emergencia de carácter inadmisible, no integrable: he aquí esa instancia ciega repetitiva, que habitualmente definimos con el término superyó".

Se trata, pues, de un enunciado de la ley que la propia ley ignora en su enunciación y que volverá de forma repetitiva cada vez que el sujeto se encuentra con ese punto inadmisible de goce al que se ve empujado por el propio retorno de esa ley. Es la paradoja freudiana de la pasión del superyó llevada a sus últimas consecuencias.

Lacan la reformulará años después en su Seminario "Encore" con el famoso "imperativo de goce – Jouis!", Goza! imperativo que el sujeto encuentra ahí donde esperaba satisfacer su derecho al goce. Lo que queda del superyó freudiano es esa instancia gozante de un imperativo, resto de la división primera del sujeto con respecto a la pulsión.

Finalmente, entonces, Lacan deshace la paradoja antinómica del superyó freudiano para mostrar que ese superyó es en cada sujeto pura pasión de goce, puro imperativo gozante desde el momento en que cualquier ley, por buena que sea, por mucho que prometa el bien al sujeto, incluye esa pasión imperativa en el momento de enunciarse como tal.

 

6) En ese registro, la pasión del superyó se dibuja en el horizonte de la experiencia límite, limítrofe, fronteriza, del sujeto confrontado a su división última. Y es por ello que la pasión del superyó, tal como la estudia el psicoanálisis, seguirá estando en el centro de la reflexión ética de nuestro tiempo.

Podríamos retomar aquí, aunque sólo fuera para mostrar los puntos diferenciales de reflexión, la referencia de un filósofo español actual, Eugenio Trías, sobre – lo cito - la "condición limítrofe" del sujeto de la ley ética, de ese "habitante de la frontera" en el que reconoce al sujeto exiliado de nuestro tiempo. Ese "habitante de la frontera" considera la antinomia de la ley como inherente a su estructura. Faltaría por situar la salida de esa antinomia más allá de la ley de la prohibición del incesto, situada por Freud en el centro de la estructura del sujeto, y a la que se refiere también el filósofo, porque la propia ley de prohibición del incesto no es ajena a la antinomia que la convierte en el mito del complejo de Edipo que, como señalaba Lacan, no deja de reducirse al sueño del propio Freud.

 

7) ¿Qué tratamiento da el psicoanálisis a la pasión del superyó? Contra el "pathos" de la ley del superyó que empuja al sujeto a gozar de ese agujero imposible de colmar, orienta al sujeto en la ley de su deseo, tal como indica ese famoso párrafo final del texto "Subversión del sujeto..." : "la castration veut dire qu’il faut que la jouissance soit refusée, pour qu’elle puisse être atteinte sur l’échelle renversée de la Loi du désir" (Écrits, p. 827)

Se trata, en efecto, de la dimensión ética que iguala la ley al deseo inconsciente. Pero ¿qué implica esa dimensión? Implica la concepción de una ley que acoja su propia excepción en el interior de su enunciación, que la cuide en su propio interior para no verse lanzada, ella misma, en torbellino generado por el agujero de lo inconsistente de toda enunciación de la ley.

 

8) El propio grupo analítico muestra una inercia especial, un apego particularmente insistente, hacia la pasión del superyó. La IPA lo ha detectado a su modo, siguiendo el estilo, por ejemplo, de su presidente Otto Kernberg en su libro "Ideology, Conflict and Leadership" donde intenta tratar las antinomias y lo que él llama los "problemas institucionales de la educación psicoanalítica". Sin duda, ese tránsfuga del superyó que es lo cómico encuentra su mejor campo de despliegue en esas "treinta maneras de destruir la creatividad de los candidatos psicoanalíticos" con las que el autor intenta situar las pasiones del grupo analítico a la hora de pensar las formas de transmisión de su noble labor.

No las enumeraremos aquí, pero sí las resumiremos en una fórmula que hemos llegado a encontrar, por nuestra parte, en nuestra propia comunidad, para situar los impasses inherentes a la pasión del superyó. Se trata de la expresión "superyó institucional" que ha surgido entre nosotros para designar cierta posición de estrago, de remolino devastador que parece engullir cualquier paso de creación generado en su propio seno.

 

9) No valen frente a esa pasión del superyó las buenas intenciones que, como se sabe, serán siempre bien castigadas –o castigadas en nombre del bien. Expresemos sólo para concluir la apuesta que hacemos valer en nuestra orientación, una vez más, con el nombre de Escuela: una apuesta por una Escuela del deber del deseo y no de la obligación vacía del "superyó institucional", del deseo en el "gay saber" y no del aburrimiento regularizado al que tiende toda institución por su propia inercia.